domingo, 27 de diciembre de 2009

Justicia como imposibilidad

Justicia Como Imposibilidad.


La cultura de la violencia hace del miedo una institución.

La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha, de la violencia de la historia escrita con sangre y armas, de una división entre dominantes y dominados, explotadores y explotados.

A lo largo de la historia hemos sido testigos de cómo a partir de la violencia se han construido y destruido sociedades, que si bien como animales políticos no estamos a favor de la violencia, no podemos alejar a esta de la historia del hombre, no podemos dejar a la violencia alejada del proceso constitutivo de la sociedad y de su historia. Pues a partir de la violencia el hombre se consolido como sociedad, aunque durante el largo proceso la historia se escribió y se sigue escribiendo a sangre y fuego.



No podemos dejar de pensar en violencia cuando hablamos de historia, la violencia se presenta como triunfo como herida, una constante en los tiempos del hombre, por ello no podemos dejar de reconocer que la violencia es parte de la historia, que el testimonio se torna violento y como tal la historia es un constante relato de tensiones que pretenden dar la oportunidad al hombre de entender su presente.

“Tomar en serio la violencia de la historia es ya trascenderla por el juicio. Por un contraste esencial, la conciencia se opone como ética al curso histórico. La historia dice: violencia”[1].



Cierto es que la consolidación del hombre en sociedad se dio a partir del miedo y de la violencia constituyéndose en hordas primitivas a fin de salvaguardar sus propiedades, por ello el uso de la violencia tendría una función la defensa y la cohesión del grupo, una función que antecede al concepto primario de justicia.



Hablar de justicia es hablar de violencia como el acto fundante de la misma, negar a la violencia es negar a la historia, pues la violencia es el caos y el principio de todo, es el principio de la justicia misma como forma de constitución y consolidación de la sociedad, pese a ello la justicia, como orden no es capaz de establecer valores y formas reales de asociación, pues la justicia es una imposibilidad, tanto así que hoy basta con echarse un clavado a las notas periodisticas para confirmar que la violencia continua adscrita a la naturaleza del hombre y del Estado, que aún la espada de Damocles tiende sobre nuestra cabeza como signo latente de justica, pues todos somos sospechosos hasta que se demuestre lo contrario.



Hablar de justicia como imposibilidad es hablar de un diagnostico político – juridico alrededor de este concepto, pues la tarea del Estado como impartidor de justicia se ve mermada e incluso caduca, hoy el escenario político se alza como un luga propicio para la violencia y la barabarie, dado que incluso el estado justifica el uso de la violencia para llevar a cabo un proceso de justicia.

“Para convencerse de que la violencia es de siempre y de todas partes no hay más que ver como se edifican y se derrumban los imperios, cómo se establecen los prestigios personales, como se combaten las religiones, cómo se perpetúan y desplazan los privilegios de la propiedad y del poder”[2].



La justicia por parte del estado es una mezcla de Barbarie y pulsión de violencia, a fin de hacer al Estado un valuarte de justicia consolidándolo como la maxima autoridad que hace valer la ley, empero esa ley no es otra sino la ley del mas fuerte, la ley generada a partir de la razón del mas fuerte, pues tanto el concepto de justicia, así como el concepto de derecho parecen estar encausados hacia la razón del poderoso.



La Razón del Más Fuerte es el lugar que hoy ocupa la soberanía y la Democracia, es el lugar donde los conceptos de razón, acontecimiento y mundo son parte de una misma y sola madeja que es dirigida por la soberanía, especialmente por la soberanía del Estado Nación. La soberanía pierde su credibilidad y el Estado lejos de ser garante de seguridad se transforma en un Estado Canalla, un Estado que en Palabras de Jaques Derrida es un Estado que no respeta sus deberes que como tal tiene ante la ley de la comunidad mundial y mucho menos respeta las obligaciones del derecho internacional. El Estado Canalla es el Estado de aquellos que ostentan la razón del mas fuerte, del derecho de la ley, de la fuerza de la ley en una palabra del orden, del orden mundial y su porvenir, del sentido del mundo.



La razón es una sombra que la fuerza se ha encargado de borrar, la razón ha dejado de ser materia prima del derecho, la fuerza hoy prima sobre el derecho por lo que la razón el dialogo, el logos no representan el punto de vista del lobo, ni, por lo demás, el del cordero.



El derecho escapa de las manos del hombre y hoy fuerza y derecho se encuentran limitados y divididos en su actuar, por ello Derrida se pregunta:

“¿Qué ocurre con el derecho? Y ¿Quién? , suele decirse para designar a un sujeto que tiene derecho sobre…, que esta habilitado para… o que tiene poder de decidir… Pero ¿Quién tiene, justamente derecho a dar o adjudicarse el derecho, a atribuirse, a conceder o a ejercer, soberanamente, el derecho? ¿a interrumpirlo soberanamente? Schmitt definió al soberano de esta manera: aquel que tiene derecho a interrumpir el derecho”[3].



El cuestionamiento primario en Derrida parte de la búsqueda del acontecimiento, de lo que ocurre con, de la llegada o la venida, de lo que viene y de quien viene, es la interpretación primigenia de lo que ocurre hoy de lo que acontece tanto con la tecnociencia, así como el derecho internacional, la razón ético jurídica, las practicas políticas y por ultimo a la retórica armada, el conflicto bélico siempre latente, siempre presente, la violencia entre nosotros. Acontecimiento, suceso, interpretación de lo que le ocurre al motivo de lo político, de la guerra, del terrorismo que hoy por hoy en su actuar han generado la perdida de credibilidad del concepto de soberanía.



La justicia se encuentra ante una imposibilidad de movimiento, ante la imposibilidad de acción, pues sólo el poderoso es capaz de pulsar el botón de la justicia. La justicia a través de la historia es un proceso de lucha y enfrentamiento mediante el cual se ha escrito con sangre el cause de la humanidad a través de la historia y la estructura de Estado. La historia como se ha señalado esta escrita por sangre y fuego, la historia se ha escrito desde el poder y desde el Estado como resultado de un proceso historico de violencia institucionalizada que parte desde la elite política y las estructuras que componen al Estado, donde el Estado es foco de concentración de violencia, que como aparato ideologico decanta en justicia.



El Estado bajo esta optica es el aparto que instituye y constituye a la violencia a fin de que exista una regulación en la sociedad, la cual se ha constituido a partir de un pacto que tiene como finalidad el “bien-vivir” de los individuos que lo conforman, por ello es posible decir que, si bien no estamos a favor de la violencia, es a través de ella, como se ha consolido la sociedad dentro de la estructura del Estado.



Es gracias a la justicia que el Estado busca consolidar su poder y dar a entender quien es el que manda, quien es el que esta subordinado, en una palabra quien tiene la soberanía y quien no, el juego de poder establece las razones de dominio y los limites existentes. El estado es el aparato de control de la sociedad, un panóptico que vigila y castiga. Por lo que el Estado es el lugar privilegiado de la violencia.



Al ser el Estado el lugar privilegiado de la violencia, la historia se constituye a partir de la idea maléfica de que los hombres no son posibles conjuntamente, es decir que no hay cama para tanta gente, algunos hombres están de sobra para los demás , por ello la paz es una tarea inmensa y constante.



El objetivo de la violencia de Estado, o violencia institucionalizada es la generación y creación de distinciones y diferencias, donde el objetivo es la muerte del otro, es decir su supresión, el estado a partir de la violencia suprime al individuo, tal supresión es constante, por lo que la violencia impartida por el Estado es una carrera sin fin.



La violencia no cesa y es una continuidad en la historia del hombre y en la historia del Estado en relación con el concepto de justicia pues la violencia como figura de Estado es capaz de atar al grupo social a partir de las instituciones que el Estado ha creado. Lo anterior refleja una situación catastrófica la cual se da principalmente en el momento en el que estallan por fuera las interioridades de la conciencia que ha sido oprimida por el estado, alcanzando el patetismo de las abstracciones.



El Estado es un lugar propicio para la violencia Ante la perdida de la capacidad de dialogo, la falta de logos, lo cual ha generado en el hombre una descomposición: “Los hombres no han inventado aún un instrumento mejor que las armas para servir al instinto político”[4].



El Estado hace del uso de la violencia un modelo legitimo,, donde la existencia política del hombre se encuentra guardada y dirigida por a través de la violencia institucionalizada, es decir, por la violencia de Estado.



La violencia institucionalizada lo que busca es que la sociedad interiorice la inevitabilidad de la represión, donde la sociedad pierde su capacidad de asombro y de indignación ante el atropello brutal, de ahí que nunca sea suficiente la insistencia en la necesidad de trascender el círculo hipnótico de la violencia.



La violencia al ser una constante en la historia se convierte en una paradoja que se relaciona con el institinto político y de supervivencia del hombre, pues el instinto de autoconservación es capaz de desencadenar diferencias, siendo el desencadenamiento de la diferencias el punto nodal donde el Estado se transforma en el ejecutor de las normas; normas que castigan bajo un carácter penal previamente establecido. “Bajo su forma más elemental y al mismo tiempo más irreductible, la violencia del Estado es la violencia de carácter penal”[5].



Asi pues la violencia es parte del instinto político y del concepto de justicia, pues es mediante la violencia institucionalizada como se busca mantener el orden a partir de las instituciones creadas por el Estado, las cuales les han quitado al individuo el derecho a tomarse la justicia por sus manos, lo cual conlleva a las instituciones que imparten justicia a tomar en sus manos la violencia, por lo que de esta forma el Estado asume sobre sí toda la violencia, lo cual lleva al Estado a ser el ejecutor del instinto político, de la violencia heredada de la lucha primitiva del hombre contra el hombre.



Lo anterior nos remite a pensar que el hombre puede solicitar al estado su intervención ante cualquier manifestación de violencia, no obstante el Estado es la última instancia, es decir, la instancia sin apelación, lo anterior se explica de la siguiente manera:

“Al abordar la violencia del Estado por su lado penal, punitivo, atacamos de frente el problema central; ya que las múltiples funciones del estado, su poder de legislar, su poder de decidir y de ejecutar, su función administrativa, su función económica o su función educativa, todas estas funciones son sancionadas finalmente por el poder de reprimir en última instancia. Decir que el Estado es un poder y que es un poder coactivo, es lo mismo”[6].



No se trata de enjuiciar al Estado o juzgarlo, las funciones de Estado como poder Coactivo son funciones dadas por la norma, la ley y el derecho, funciones que dentro del Estado son funciones legitimas, no obstante si el Estado añade a la violencia de manera ilegal, la salvaguarda del bien-vivir quedara en orfandad, pues si el Estado hace uso de la violencia de manera ilegitima ante un problema, dicho problema se agravara más.



El Estado como poder coactivo es un Estado que castiga, en un último análisis es posible entender que el Estado es aquel aparto o institución del sistema político que ostenta el monopolio de la represión física, pues el Estado es el que controla el uso del poder y lo ejecuta mediante su poder de acción, por ello no es por demás decir que el Estado es un poder y que dicho poder se constituye en un poder coactivo.



La Historia del hombre parece entonces identificarse con la historia del poder violento; en definitiva, no es ya la institución lo que legitima a la violencia, sino que es la violencia la que engendra a la institución, redistribuyendo el poder entre los Estados y entre las clases.



El Estado así pues se constituye en una realidad que hasta ahora ha incluido a la violencia como condición de su existencia, de su supervivencia y aun antes de su instauración. La violencia en el Estado es necesaria para mantener el orden y el poder; la paradoja de la violencia en el estado constituye el juego de la fuerza del león y la astucia del zorro, lo cual constituye la manera de actuar del actor político.



El estado manda y obliga es ejecutor de violencia, es Estado se asemeja a la figura del magistrado[7] de la Carta a los Romanos de San Pablo. El magistrado castiga, administra su autoridad y sanciona al que obra mal, por ello el Estado es el ejecutor de la sanción y la administración de la violencia.



San Pablo resume por la vía penal todas las funciones del Estado, como ejecutor de una violencia limitada, el Estado hace uso de la Violencia que no legitima ningún asesinato, violencia que no justifica, de tal suerte que la violencia se encuentra dimensionada por la institución misma del estado, dicha violencia se encuentra establecida y fundada en la justicia es decir, fundada por el bien.

“La autoridad es la del magistrado; es la de la justicia. El orden que crea y mantiene no puede por tanto separarse de la justicia y mucho menos oponerse a la justicia. Pero es precisamente esa violencia establecida, esa violencia de la justicia lo que plantea problemas”[8].



El problema principal de la justicia del Estado estriba en que la autoridad del estado no parece guardar ninguna relación y mucho menos puede proceder del amor, esto quiere decir que bajo su forma más mesurada, más legitima, la justicia que emana del Estado es ya una manera de devolver el mal por el mal.



La instauración de la violencia y el castigo perpetúan el orden de Estado a fin de que el orden siga existiendo e imperando, orden y poder que permiten la conservación y existencia del estado a partir de su constitución a partir de un pacto social y una conservación que parte de la utilización de la violencia a fin de cohesionar a las partes del estado a partir de la instauración de instituciones generados por los individuos que constituyen al Estado. La violencia a lo largo de la historia domina de principio a fin a la misma, es decir que la violencia es omnipresente. Lo anterior nos remite a pensar la sentencia benjaminiana de que todo documento de cultura es a su ves un documento de barbarie[9].



La violencia que domina de principio a fin la historia de la especie humana es capaz de engendrar caos, pero también engendra orden; máxime el orden y el caos se fundan en el principio regulador de la violencia como orden que es capaz de generar miedo y violencia como se manifiesta en el Leviatán:

“Cuando todos eran libres e iguales, nadie se sentía seguro ante los demás. La vida era breve, y el miedo inmenso. Ninguna ley protegía a nadie de la agresión. Todo el mundo desconfiaba de todo el mundo, y de todo el mundo tenia que protegerse. Pues aun el más débil era lo bastante fuerte para herir o matar al más fuerte, a traición o en confabulación con un tercero. Entonces los hombres establecieron una alianza común para su seguridad. Tras largas deliberaciones suscribieron un contrato que prescribía todos lo que debían y lo que no debían hacer”[10].



La cita tomada del Leviatán muestra la relación que guarda la historia con la violencia y la cultura, así como el papel de ambas dentro del proceso ordenador del hombre en sociedad, pues en el acto previo a la conformación de un pacto lo que imperaba era la barbarie, la sin razón, el caos[11]. Con la constitución de un pacto se logro hacer de la sociedad un aparato de protección mutua que se encamina hacia el progreso.



Antes de la constitución de la humanidad, había violencia entre iguales. Una violencia que se fundaba en la ambición, en el egoísmo, se trataba de una violencia de rapiña, violencia que era lo suficientemente fuerte al interior de las especies más avanzadas, cuyas pautas dominantes eran frágiles y susceptibles de ser quebrantadas, a tal grado que se hicieron letales. La violencia de todos contra todos constituye un proceso simétrico, recíproco, porque es mimético, se trataba pues de una violencia capaz de ser respondida con otra violencia similar.



En la sociedad el miedo es una constante, el individuo sabe que mientras siga vivo y se encuentre directamente relacionado con la sociedad, se encontrará ante una constante amenaza, esto quiere decir que el hombre se encuentra constantemente ante la amenaza latente de sufrir una agresión a pesar de la constitución y existencia de un pacto o una alianza fundada en la seguridad común. Sí bien el pacto aleja el miedo que causa la amenaza de la muerte, el miedo y la muerte no desparecen, por ende el pacto es un instrumento capaz de aplazar dicha amenaza, más no es capaz de eliminarla. La amenaza y el miedo son una constante al interior del hombre en sociedad. Como consecuencia de la conformación de un pacto, la articulación e institucionalización del Estado genera un orden establecido por el poder soberano el cual es capaz de generar el mismo miedo y violencia, pues la sociedad no se funda ni en un impulso irresistible de sociabilidad ni en necesidades laborales. La experiencia de la violencia es la que une a los hombres. Por ello la sociedad se constituye como un aparato de protección mutua ante la latente posibilidad de muerte.



El Estado canalla es el estado donde impera la razón del más fuerte, el cual ha perdido la brújula pues ha dejado fuera de sí la ecuación y la relación entre justicia y fuerza que presupone que es justo que lo que es justo sea seguido y que es necesario que lo que es más fuerte sea seguido de lo cual se deduce que lo que es justo debe -y es justo- ser seguido: seguido por consecuencia y por efecto, por lo que lo que es más fuerte también debe ser seguido. Por consiguiente la justicia sin la fuerza es impotente, la fuerza sin la justicia es tiránica y al ser tiránica es Canalla. La justicia sin fuerza es contradicha porque siempre hay malvados; la fuerza, sin la justicia, es acusada. Por tanto, hay que poner juntas la justicia y la fuerza; y ello para hacer que lo que es justo sea fuerte o lo que es fuerte sea justo, por lo que sólo así será posible hablar de otra distinción de lo que quiere decir que la razón del más fuerte es siempre la mejor.







--------------------------------------------------------------------------------

[1] Paul Ricoeur, Historia y Verdad, Encuentro, Madrid Pag 211.

[2] Paul Ricoueur, Historia y Verdad, Encuentro, Madrid, Pag 209.

[3] Jaques Derrida, Canallas, Dos ensayos sobre la razón, Trotta, España, 2005, pag 9

[4] Giorgio Colli. El libro de nuestra crisis, Paidos, pag 30.

[5] Op Cit, Paul Ricoeur, Pag 217.

[6] Op Cit, Paul Ricoeur, Historia y Verdad, Pag 218.

[7] La figura del Magistrado es la figura de la autoridad, de la sanción, la obediencia y el temor, con lo caul se ponia de manifiesto una dimensión de la vida que no está contenida en las relaciones directas de hombre a hombre, capaces de quedar transfiguradas por el amor fraterno Véase Paul Ricoeur, Historia y Verdad, Pag 219.

[8] Op Cit, Paul Ricoeur, Historia y Verdad, Pag 219.

[9] No hay ningún documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie. Y, como tal no esta libre de la barbarie, ésta corrompe el modo mediante el cual es transmitido de un poseedor a otro. Un materialismo histórico, por tanto, se disocia del influjo de estos tesoros tanto como le es posible. Su tarea es cepillar la historia contra el grano. Vease Walter Benjamín, Tesis sobre la Historia y Otros ensayos, Contrahistorias, México, 2005.

[10] Tomas Hobbes, Del cuidando y Leviatán, Tecnos, Madrid, 2001, Pag 122.

[11] Como referencia a las acciones previas de la construcción de un pacto y un orden es importante rescatar la forma en la cual Freud hace referencia a la violencia como fundadora del orden social en la medida en que partiendo del análisis de las hordas primitivas el autor señala que en el principio el hombre que vivía en pequeños grupos se encontraba dominados por el padre, él era amo y señor de todas las hembras, por lo que la situación de los hijos machos era dura, pues en caso de despertar recelos en el padre estaban sentenciados a la muerte o a ser desterrados. Los impulsos y los deseos de satisfacción sexual de los hijos y hermanos se dirigían hacia su madre y sus hermanas, empero el gran obstáculo que frenaba sus deseos se encontraba en la figura del padre. Lo anterior genero en los hijos un sentimiento de odio y muerte hacia la figura paterna, un sentimiento que despertó un deseo y un afán por eliminarlo y así poder ocupar su lugar. Los deseos contenidos por los hijos llevo a los mismos a matar al padre y devorar su cadáver dando fin a la existencia de la horda paterna. Empero, después del banquete totémico se vivió una larga época de desorden social pues los hermanos se disputaban la sucesión paterna, no obstante el principio de la realidad se impuso y los hermanos comprendieron que para sobrevivir había que reprimir el móvil que los orillo al parricidio, es decir, suprimir el deseo de la posesión de las hembras. De igual forma surgió en la conciencia de los hermanos un sentimiento de culpa como consecuencia de la ambivalencia de los sentimientos, del odio y el amor hacia el padre. Tanto el sentimiento de culpabilidad y el principio de realidad hicieron posible el nacimiento de las organizaciones sociales, así como el nacimiento de normas morales, las cuales constituyen el nacimiento de la cultura. Véase Sigmund Freud, Tótem y Tabú, alianza, Madrid, 1967.

No hay comentarios:

Publicar un comentario